miércoles, 22 de abril de 2009

LO QUE DEVUELVE EL ESPEJO ESQUIVO

El taxi blanco se detuvo a mitad de la calle frente a mi edificio donde la esperaba en la vereda, al abrirse la puerta trasera se deslizaron al asfalto unas largas piernas enfundadas en unos jeans y unas botas negras de tacón alto; se puso de pié y vino hacia a mi, la encontré hermosa, mas hermosa que antes, aunque se hubiera alisado el pelo y la encontrara diferente, aunque en este presente viniera a contarme y responder a mi broma interrogante que le hiciera por teléfono “¿y como es él, en que lugar se enamoró de ti?”, aunque viniera a contarme que en pocos meses más se casaría.
En un cercano pasado habían sido muchas la veces en que encontramos paz en nuestras vidas y en nuestras respectivas realidades de vivir amores a la distancia con tan solo verse y conversar, con tan solo cruzar alguna mirada cómplice, con tan solo perdernos alguna tarde cualquiera para ver el sol desaparecer en el horizonte y terminar compartiendo juntos un buen café.
Cuantas veces la vería o contemplaría cuando sentados en cualquier mesa de un restaurante frente a frente y ella como si estuviera distraída se ponía de perfil. Sucedía que a la vez que te hablaba podía estar con la mirada puesta en otra dirección, atendiendo algún suceso aparentemente simple que ocurriera a su alrededor o quizá avistando algún detalle imperceptible para el común de los mortales como yo, algo, alguna cosa que mereciera alguna crítica, comentario o reflexión suya, con absoluta seriedad como si de ello dependiera que la tierra diera vueltas.
Un aire a lo Vanessa Saba, medio morisca, medio gitana, espigada, elegante sin esfuerzo, despreocupada y displicente a la vez, destilando feminidad hasta con un simple mohín o al acomodar detrás de sus orejas su cabello largo negrísimo, o con su expresión al verle sus cejas pobladas acentuando su mirada intensa con algo de picardía; pero, siendo que la serenidad permanente no era una de sus características mas saltantes también resultaba extrema en sus reacciones, en sus momentos límite y en sus estados de ánimo.
Abocada apasionadamente a sus reflexiones y sus análisis laborales, hacía gala de una gran lucidez y capacidad analítica, pero inesperadamente podía pasar del optimismo mas exacerbado al abatimiento más conmovedor o había que ser testigo de sus arrebatos más alucinantes o ser blanco de sus llamadas sorpresivas en medio de alguna depresión a mitad de la noche o en plena madrugada.
Cruzando una pierna y acomodándose sobre ella se sentó de lado sobre el sillón, remangándose un poco la blusa impecablemente blanca cubierta con un entallado pullover rojo se me quedó mirando: “¿Y como has estado?”, disparó su pregunta inclinando un poco el rostro sobre su hombro. “Sobreviviendo”, le respondí. Sospecho que por tu culpa no volví a interesarme por el sol ni sus ocasos, ni le volví a encontrar sentido a buscar o hacer hallazgos de entendimiento con alguna otra inspiradora loca insustituible –agregué mentalmente-.
Lamentamos los tiempos recientes sin que mediara comunicación alguna y aunque quisiera boicotearle la felicidad como una pequeña revancha que pedía el cromagnon que llevo dentro, para mis fueros internos llegué a la conclusión que hubiera sido muy difícil emprender cualquier empresa con alguien como ella, tan obstinadamente cortante con sus afectos y oportunidades; pretextos los míos, sin embargo, me detuve en ello y replanteé lo dicho, asumí que cuando hago esa última aseveración lo mas probable es que esté hablando de mi mismo al mirarme en un espejo ya hecho pedacitos, -como para no quejarme- y es que ciertamente, dado mi pasteurizado corazón, debe ser muy difícil emprender cualquier empresa con alguien como yo, tan obstinadamente cortante con mis afectos y mis oportunidades y con tanta vocación para perder algunos trenes.

jueves, 2 de abril de 2009

PARQUE CHACABUCO

La oportunidad de hacer las cosas que creemos correctas muchas veces suele ser un instante irrepetible, aunque a veces sin proponérnoslo podemos redimirnos de alguna forma compartiendo lo que nos pasa con gente muy especial, sacándole la raíz cuadrada a nuestros trances y a nuestras emociones.
Una canción no estrenada de “K-torce de Julio” hecha en el tiempo que ahora reseño tenía las siguientes letras e ilustran un poco esos momentos:
“Ha pasado mucho tiempo, ya no extraño esos momentos (…)
Solo pienso en el futuro y en las ganas de ser libre, para sentir que sigo vivo y que seguimos unidos
Pasarán muchos veranos sin poder decir ¡hola que tal, buen día!
Pettinato no sabía que aquí si habían pausas de rebeldía
Sigo pensando, no estoy aquí.
Piso el asfalto, todo se vuelve gris (…) ”.
Mi primera llegada a Buenos Aires en ese verano no pudo ser más accidentada, no tanto por el periplo en si sino por las expectativas de llegar o las de recibirme así como las circunstancias personales que atravesaban entonces mis anfitriones.
Demasiadas cosas en el aire, demasiadas explicaciones pendientes, para entendernos y entenderse cada quien en sus fueros internos; los nuevos planteamientos, los nuevos escenarios, los nuevos actores. Ya un tiempo atrás habíamos aprendido y dejado que nuestra amistad y hermandad fluyera ilimitadamente, nos debíamos el alma sin ninguna obligación ni condiciones, pero así y todo era la oportunidad de obtener respuestas en tiempo real, sin cartas ni postales ni tiempo de por medio.
Esa noche dormiría en el departamento de la calle Santander, la casa del matrimonio de mis amigos tiempo ya separados. Impulsiva como solo ella, mi hermana porteña me extrajo del lugar siendo casi las 11 p.m., en la tele había estado viendo “Rebelde sin pausa” el programa del ex SUMO Roberto Pettinato. La conversación no podía aplazarse más –me dijo-, los meses anteriores, los años anteriores habían sido un tiempo de cambios radicales en sus vidas y mi estadía terminaba convirtiéndome en un tercero conciliador o catalizador de sus expectativas –enojoso papel queriéndolos tanto-.
Habían pasado más de cinco años desde la última vez que nos vimos en persona y la adrenalina del haber vuelto a vernos aún estaba latente. Salí a su encuentro y caminamos el breve trecho que nos separaba desde la esquina de la casa hasta uno de los extremos del parque en el cruce de la Av. Asamblea con Emilio Mitre; caminamos sobre los senderos hasta detenernos en los bordes de una especie de gran pileta o fuente circular baja sin agua donde nos sentamos y convertimos el frío granito en nuestro diván. Muy poca gente alrededor, es más, paulatinamente el lugar se fue tornando desierto dejándonos el gran parque casi exclusivamente para nosotros, escuchando solo el rumor del tráfico de la autovía 25 de Mayo la autopista elevada que cruza el parque de extremo a extremo. Ahora que lo pienso, una visita así al parque sería algo impensable en la actualidad en que convertido en refugio de toda clase de malandros y refugiados uno no se atrevería a cruzarlo de noche ni loco que fuera sin correr el riesgo de perder hasta los calzoncillos, cuando menos no hasta que culmine su anunciada restauración.
Era verano, una medianoche con clima apenas fresco, muy soportable, propicio para conversar sin pausa, sin apuro alguno encendiendo Marlboros gauchos uno tras otro. Repasamos el por que se separó, por que hizo un nuevo hogar, por que ahora se sentía mas libre, que cuanto le costó estarlo y por que el reciente fallecimiento de su padre le había cambiado todo su esquema de vida o cuando menos toda su forma de ver la vida, que nunca mas se guardaría un te quiero, nunca mas dejaría para mañana sacarse un foto con la gente que tanto quiere, nunca mas dejaría que un resentimiento por fuerte que fuera le impidiera estar cerca de los suyos, nunca mas quería cargar con ninguna culpa ni un algo dejado de hacer.
La entendí, entendí sus reacciones y sus momentos bravos ¿Cómo cuestionarla? ¿Quién era yo para hacerlo?. La vi y la sentí liberada, luego hicimos lo propio conmigo, repasando mis rollos, mis vicisitudes y mis planes y que en los siguientes días iríamos a la UBA a ver si me animaba a hacer mis estudios en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo y si ponía a rodar mi proyecto de una segunda carrera esta vez en las artes gráficas.
Hablamos tanto que las horas pasaron raudas y breves, el amanecer llegó con la certeza que el día sobreviene a la noche; una última cosa por hacer antes de ir a encontrarnos con nuestra gente dispersa por las circunstancias en dos casas aparte una de la otra; el recuerdo de su papá, ello nos llevó a echarnos a caminar dando zancadas como adolescentes por las calles de Flores hasta llegar a su cementerio aún cerrado a esa hora.
Esperamos un poco, lo que duró otro cigarrillo compartido y entramos a buscar la tumba de Coco.
Hacerlo, fue cumplir un rito no llevado a cabo en su momento, cuando un amigo mutuo hizo mis veces y la acompañó en el abrazo de aquella despedida con tanto dolor.
Ella quería tenerlo siempre presente, recordando cuanto la engreía como cuando era niña y haciéndole upa le hacía entrar al mar entre risas y chapuzones, por eso llevaba en su delgada muñeca ese reloj inmenso con pulsera metálica de su papá, pulsera a la que tuvo que sacarle un par de eslabones para que le quedara. A partir de ahí y en más no se guardó ningún te quiero ni los impulsos para hacer lo que le dijera el alma o el corazón. Al conversar, coincidimos en pensar y concluimos -eso si- que permanentemente hay que andar creando nuevos buenos recuerdos que en verdad nos mantengan vivos cada mañana y el resto de nuestros días.
Todo eso comprendí –y aprendí- en ese gran diván al aire libre de Parque Chacabuco, diván al que vuelvo en mi memoria recurrentemente cada vez que necesito entenderme o tolerarme a mi mismo un poco más.

YA TE EXTRAÑO

Pareciera que no hay nadie, ni una sola persona en mi entorno que pudiera terminar de entender la dimensión de este particular univ...