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martes, 19 de mayo de 2009

¿Dónde está la Cruz del Sur? Manual cuasi práctico de cómo creer que no estás perdido en otras latitudes

Si tienes la suerte de disfrutar una noche despejada sin el resplandor de la luz artificial de nuestras grandes o pequeñas ciudades, date la oportunidad de mirar el cielo, sus estrellas y sus constelaciones, reconócelas, hazte amigo de ellas, resultan ser muy buenas guías, te lo puedo asegurar.
El sentido natural de la orientación no es un sentido tan común o tan ejercitado como podríamos pensar, -algunas personas parecen tenerlo negado-, responde supongo a esos instintos primarios desarrollados según quien y según que, no tan habitual ya que la versión estándar del ser humano viene equipado con un kit bastante básico de sentidos: vista, olfato, tacto, oído y gusto.
La orientación resulta siendo un plus ya que los más de los casos uno viene con un atolondramiento innato anexo a una desorientación patente.
Desde pequeños estamos en un constante aprendizaje y familiarización con el mundo que nos rodea, acompañados de tus padres o quien haga sus veces nos acostumbramos a ser guiados de sus manos, pero en algún momento soltamos ese nexo físico y andamos por nuestra cuenta, empezamos a explorar nuestros alrededores y cada vez mas, primero la casa, luego el barrio y la ciudad, con la misma curiosidad que seguramente experimentarían los primeros hombres, aquellos de las cavernas, descubriendo cada cosa que sucediera frente a ellos y asombrándose una y otra vez, pero aprendiendo y familiarizándose con todo fenómeno existente de tanto repetirse, la inteligencia humana la civilización humana es producto de una sucesiva y constante acumulación de conocimientos, lo sabemos, estamos en constante evolución y aprendizaje, ya lo dijimos.
Pero, ¿en que consiste el sentido de la orientación? No es necesario ser ni un astrónomo ni estar con un GPS en la mano para saber literalmente donde está uno parado, por mi parte creo que me he tomado en serio lo de necesitar saberlo en diversas circunstancias.
Ese sentido de la orientación es básico si no eres de los que anda o viaja desorientado dejando que lo lleve el viento o la corriente o confiando ciegamente en la compañía que haga las veces de guía o preguntando a los demás hasta por las cosas y ubicaciones mas evidentes, sin traducir por si solo las señales que la propia naturaleza o una urbe te brinda.
Quien se considere una persona curiosa –y léase curiosidad como las ganas de conocer el que y por que de todo lo que te rodea-, lo será desde pequeño, asimilará los conocimientos de forma natural. Siempre había pensado que esa era la regla, sin embargo de mi experiencia he aprendido que la asimilación de datos y el procesamiento del conocimiento y referentes que nos rodea no se da igual con todos los individuos, aparte del hecho que cada quien procesa lo que le interesa supongo yo, así me entiendo, así le encuentro sentido a ciertas habilidades que llegado el caso me han sacado de muchos apuros y me han permitido saber donde estoy parado, como llegar a otro lugar o deducir con cercano acierto el punto geográfico exacto de lo que me interesa.
Hay diversos principios que rigen nuestro universo, hay cosas que son cíclicas, el universo está en movimiento, si bien a estas alturas el planeta nos saca de cuadro con sus cambios climáticos y estaciones no tan definidas y demás, aun así hay cosas que siguen siendo tal cual lo fueron hace miles y quizá millones de años, nuestro planeta sigue dando vueltas alrededor del sol, sigue en órbita, seguimos girando sobre nuestro propio eje, seguimos estando en medio de la Vía Láctea así que todos esos astros, estrellas, planetas y toda esa materia dispersa en el infinito nos seguirá sirviendo de referencia.
La Tierra tiene períodos o ciclos definidos por sus movimientos de rotación y de traslación, esos ciclos los comprobamos sobre todo cada vez que amanece, cuando cada latitud sale de la sombra y le da cara al sol, ahí sabemos que ese radiante gigantesco será visto siempre por el Este, por el oriente, indiscutiblemente, cada día, todo los días; ahí, una primera forma básica indiscutible de saber nuestra ubicación.
Si es de noche y gozamos de un cielo despejado veremos las mismas constelaciones en ese espacio infinito que vieron los sobrevivientes de la era de hielo o fueron materia de observación y estudio por parte de Nicolás Copérnico, Galileo Galilei o Américo Vespuccio, entonces, ¿como desorientarse en un planeta tan grande y tan pequeño a la vez y con tantas señales naturales?
Hay quienes si –se desorientan-, hay quienes al llegar a una nueva ciudad por ejemplo se echan a andar y andar sin rumbo, alguna vez escuché como explicación que esa es la gracia de ir a un lugar nuevo, el simplemente “perderse”, ir descubriéndolo todo por si mismo y conforme se presenten las cosas, particularmente no comparto ese argumento, a mi –y lo repito- me gusta saber donde estoy parado, me gusta estar con un pie adelante, de estar en una ciudad nueva para mi de antemano es seguro que habré visto algún mapa y habré indagado por un mínimo de información elemental y útil del lugar, así, calcular distancias y tiempos de recorrido son un ejercicio casi inconsciente y automático.
Aquí llego a mi punto de referencia favorito, pese a los tiempos modernos, al que recurro no solo por orientación geográfica pues admito que también me sirve de referente nostálgico para saber la dirección de casa; dada mi ubicación en el hemisferio Sur es además natural que me resulte tan familiar y a su vez rutinario de hacer o ver en cada lugar nuevo que he pisado o por donde he andado buscando en las noches de cielo abierto algunas pocas constelaciones que desde siempre he sentido que me acompañan en cada periplo, es junto a las Tres Marías (compuesta por Mintaka, Alnitak y Alnilam; la constelación mas fácil de identificar), se trata de la Cruz de Sur, formada por cuatro estrellas de nuestra Vía Láctea y cuyo eje mayor o vertical va desde Gacrux hasta Acrux é indica la ubicación del polo sur celeste con una desviación de 25º.
Es algo instintivo, ni siquiera lo pienso, la noche despejada invita a buscarla, no importa donde esté, o con mayor razón cuanto más lejos esté o precisamente la orientación de esos ejes de la Cruz del Sur me dirá que tan lejos estoy de mi tierra, como si fuera mi Meca, para hacer una suerte de reverencia en dirección del hogar. He visto esa constelación miles de veces derecha o girada a los lados, en todas las circunstancias imaginables, desde las noches infantiles en Huánuco con mis primos tumbados sobre el capó de un carro mirando y contando estrellas fugaces y constelaciones en casa de los Brancacho; o en la inmensidad de un cielo totalmente despejado con rumor de las olas y con luna llena en las playas norteñas en Vichayito; en la periferia de Santiago con el olor de lavanda del jardín de la casa de los Navarrete teniendo como marco el fondo nevado de la cordillera; o tiritando de frío alguna madrugada luego de alguna juerga cusqueña cruzando plazas volviendo a San Blas con muchas draught Guinness encima; o en plena autovía desde la ventana del carro haciendo el camino de vuelta de Mar del Tuyú y Santa Teresita retornando a Buenos Aires por la Ruta 2 bien bronceado y mis amigos durmiendo sazonados con amarguísimo fernet; o en mi actual selva laboral de Pucallpa en las noches sin lluvia en que mirando el cielo y ésta constelación en particular añoro compartir estas sencillas reflexiones con mi omnipresente papá.
La Cruz del Sur siempre ha estado ahí, con su eje y su prolongación imaginaria al Sur, a distintos grados según donde uno esté, siempre he sentido que sé donde me encuentro, orientándome con ella sin brújula, como cuando miro la luna y me siento un toro enamorado, siempre he sentido que no estoy solo, que es mi nexo en el universo, lo que marca mi punto de partida o de enlace hacia el hogar distante, sabiendo que mi gente en ese mismo momento podría estar viendo lo mismo que yo y que esa visión es algo que nos une y orienta en ese instante.

jueves, 2 de abril de 2009

PARQUE CHACABUCO

La oportunidad de hacer las cosas que creemos correctas muchas veces suele ser un instante irrepetible, aunque a veces sin proponérnoslo podemos redimirnos de alguna forma compartiendo lo que nos pasa con gente muy especial, sacándole la raíz cuadrada a nuestros trances y a nuestras emociones.
Una canción no estrenada de “K-torce de Julio” hecha en el tiempo que ahora reseño tenía las siguientes letras e ilustran un poco esos momentos:
“Ha pasado mucho tiempo, ya no extraño esos momentos (…)
Solo pienso en el futuro y en las ganas de ser libre, para sentir que sigo vivo y que seguimos unidos
Pasarán muchos veranos sin poder decir ¡hola que tal, buen día!
Pettinato no sabía que aquí si habían pausas de rebeldía
Sigo pensando, no estoy aquí.
Piso el asfalto, todo se vuelve gris (…) ”.
Mi primera llegada a Buenos Aires en ese verano no pudo ser más accidentada, no tanto por el periplo en si sino por las expectativas de llegar o las de recibirme así como las circunstancias personales que atravesaban entonces mis anfitriones.
Demasiadas cosas en el aire, demasiadas explicaciones pendientes, para entendernos y entenderse cada quien en sus fueros internos; los nuevos planteamientos, los nuevos escenarios, los nuevos actores. Ya un tiempo atrás habíamos aprendido y dejado que nuestra amistad y hermandad fluyera ilimitadamente, nos debíamos el alma sin ninguna obligación ni condiciones, pero así y todo era la oportunidad de obtener respuestas en tiempo real, sin cartas ni postales ni tiempo de por medio.
Esa noche dormiría en el departamento de la calle Santander, la casa del matrimonio de mis amigos tiempo ya separados. Impulsiva como solo ella, mi hermana porteña me extrajo del lugar siendo casi las 11 p.m., en la tele había estado viendo “Rebelde sin pausa” el programa del ex SUMO Roberto Pettinato. La conversación no podía aplazarse más –me dijo-, los meses anteriores, los años anteriores habían sido un tiempo de cambios radicales en sus vidas y mi estadía terminaba convirtiéndome en un tercero conciliador o catalizador de sus expectativas –enojoso papel queriéndolos tanto-.
Habían pasado más de cinco años desde la última vez que nos vimos en persona y la adrenalina del haber vuelto a vernos aún estaba latente. Salí a su encuentro y caminamos el breve trecho que nos separaba desde la esquina de la casa hasta uno de los extremos del parque en el cruce de la Av. Asamblea con Emilio Mitre; caminamos sobre los senderos hasta detenernos en los bordes de una especie de gran pileta o fuente circular baja sin agua donde nos sentamos y convertimos el frío granito en nuestro diván. Muy poca gente alrededor, es más, paulatinamente el lugar se fue tornando desierto dejándonos el gran parque casi exclusivamente para nosotros, escuchando solo el rumor del tráfico de la autovía 25 de Mayo la autopista elevada que cruza el parque de extremo a extremo. Ahora que lo pienso, una visita así al parque sería algo impensable en la actualidad en que convertido en refugio de toda clase de malandros y refugiados uno no se atrevería a cruzarlo de noche ni loco que fuera sin correr el riesgo de perder hasta los calzoncillos, cuando menos no hasta que culmine su anunciada restauración.
Era verano, una medianoche con clima apenas fresco, muy soportable, propicio para conversar sin pausa, sin apuro alguno encendiendo Marlboros gauchos uno tras otro. Repasamos el por que se separó, por que hizo un nuevo hogar, por que ahora se sentía mas libre, que cuanto le costó estarlo y por que el reciente fallecimiento de su padre le había cambiado todo su esquema de vida o cuando menos toda su forma de ver la vida, que nunca mas se guardaría un te quiero, nunca mas dejaría para mañana sacarse un foto con la gente que tanto quiere, nunca mas dejaría que un resentimiento por fuerte que fuera le impidiera estar cerca de los suyos, nunca mas quería cargar con ninguna culpa ni un algo dejado de hacer.
La entendí, entendí sus reacciones y sus momentos bravos ¿Cómo cuestionarla? ¿Quién era yo para hacerlo?. La vi y la sentí liberada, luego hicimos lo propio conmigo, repasando mis rollos, mis vicisitudes y mis planes y que en los siguientes días iríamos a la UBA a ver si me animaba a hacer mis estudios en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo y si ponía a rodar mi proyecto de una segunda carrera esta vez en las artes gráficas.
Hablamos tanto que las horas pasaron raudas y breves, el amanecer llegó con la certeza que el día sobreviene a la noche; una última cosa por hacer antes de ir a encontrarnos con nuestra gente dispersa por las circunstancias en dos casas aparte una de la otra; el recuerdo de su papá, ello nos llevó a echarnos a caminar dando zancadas como adolescentes por las calles de Flores hasta llegar a su cementerio aún cerrado a esa hora.
Esperamos un poco, lo que duró otro cigarrillo compartido y entramos a buscar la tumba de Coco.
Hacerlo, fue cumplir un rito no llevado a cabo en su momento, cuando un amigo mutuo hizo mis veces y la acompañó en el abrazo de aquella despedida con tanto dolor.
Ella quería tenerlo siempre presente, recordando cuanto la engreía como cuando era niña y haciéndole upa le hacía entrar al mar entre risas y chapuzones, por eso llevaba en su delgada muñeca ese reloj inmenso con pulsera metálica de su papá, pulsera a la que tuvo que sacarle un par de eslabones para que le quedara. A partir de ahí y en más no se guardó ningún te quiero ni los impulsos para hacer lo que le dijera el alma o el corazón. Al conversar, coincidimos en pensar y concluimos -eso si- que permanentemente hay que andar creando nuevos buenos recuerdos que en verdad nos mantengan vivos cada mañana y el resto de nuestros días.
Todo eso comprendí –y aprendí- en ese gran diván al aire libre de Parque Chacabuco, diván al que vuelvo en mi memoria recurrentemente cada vez que necesito entenderme o tolerarme a mi mismo un poco más.

YA TE EXTRAÑO

Pareciera que no hay nadie, ni una sola persona en mi entorno que pudiera terminar de entender la dimensión de este particular univ...