
El camino de la vida se asemeja a una alameda o un camino rodeado de arboleda, se asemeja a un ir y a un volver, nos lleva a algún lado, cada camino lleva a alguna parte.
Mi núcleo familiar al igual que casi todos los demás tiene la existencia paralela de otros núcleos familiares, otras familias a las que podríamos catalogar de contemporáneas, en particular lo digo por que en mi caso siendo cuatro hermanos, hemos tenido a la mano primos hermanos muy cercanos, cada uno de nosotros con primos afines, con mucho en común, compartiendo la misma edad muchas veces o hasta las mismas aulas inclusive. Guardo en la memoria muchas anécdotas y momentos compartidos con todos mis primos tanto de la línea materna como paterna, sea que se tratara de fiestas familiares, viajes, el ir a conciertos o incluso algunas borracheras, evoco especialmente las experiencias compartidas con dos de mis primos de edad mas próxima: Marco y Augusto, con quienes me llevo una diferencia de seis meses con cada uno.
Siendo que los momentos compartidos son tantos, recuerdo en particular nuestras salidas cuando éramos apenas niños o púberes, cuando nos invadía el espíritu de exploradores incansables, como quien arma su propia mancha scout, mis primos ya se habían ido a radicar a Lima, pero retornaban a Huánuco cada verano, el grupo se expandía con mis sobrinos Hugo y Kike y a veces también se nos unían Beto y Mingo, unos antiguos vecinos de mis primos muy ligados a la familia. Lo nuestro era salir muy temprano en la mañana con la idea de regresar al mediodía o media tarde para el almuerzo.
Una ruta que recorrimos muchas veces es la que hacíamos a lo largo de las faldas y laderas del Cerro San Cristóbal, a lo largo de una acequia o canal de regadío que corría paralelo al camino que llevaba desde Llicua hasta La Esperanza, empezando exactamente detrás de una antigua garita de la policía enfrente del Puente Calicanto que previamente debíamos cruzar; ese era un camino muy particular que para nosotros significaba la experiencia de ser independientes, de salir a andar solo nosotros, recorríamos todo ese camino bucólico rodeado de altísimos eucaliptos cuyas hojas caídas hacían toda una alfombra que amortiguaba nuestros pasos, el agua limpia que corría a nuestro lado nos refrescaba cuando queríamos, si había hambre comíamos tunas o guayabas del camino, no necesitábamos mas, era otro lugar, era otro espacio, no era usual que una mancha de mocosos estuviera en ese plan, de vez en cuando nos cruzábamos con señores o señoras cargando pasto o alfalfa que se detenían para intercambiar saludos con nosotros o simplemente vernos pasar, debía ser toda una estampa ver a esos sudorosos pequeños caminantes muy cordiales y alegres, que afán el nuestro en verdad.
Era increíble, tan cerca del centro de la ciudad y estábamos en contacto total con la naturaleza, recorriendo ese camino de tierra que habíamos hecho nuestro de tanto andarlo, cada salida nos proponíamos llegar mas lejos, la idea era recorrer a pie ese camino hasta La Esperanza un poblado desde donde venía a mi casa en la tardes trayéndonos leche fresca la señora María una robusta mujer de coloridas polleras y blanquísimas mantas donde envolvía una gran garrafa de zinc o aluminio, llevaba el pelo trenzado envuelto en rueda y sujeto en su cabeza a manera de una corona, tenía una rosadez, unos ojos azules intensos como mucha gente de su localidad y una bondad tremenda.
Mi núcleo familiar al igual que casi todos los demás tiene la existencia paralela de otros núcleos familiares, otras familias a las que podríamos catalogar de contemporáneas, en particular lo digo por que en mi caso siendo cuatro hermanos, hemos tenido a la mano primos hermanos muy cercanos, cada uno de nosotros con primos afines, con mucho en común, compartiendo la misma edad muchas veces o hasta las mismas aulas inclusive. Guardo en la memoria muchas anécdotas y momentos compartidos con todos mis primos tanto de la línea materna como paterna, sea que se tratara de fiestas familiares, viajes, el ir a conciertos o incluso algunas borracheras, evoco especialmente las experiencias compartidas con dos de mis primos de edad mas próxima: Marco y Augusto, con quienes me llevo una diferencia de seis meses con cada uno.
Siendo que los momentos compartidos son tantos, recuerdo en particular nuestras salidas cuando éramos apenas niños o púberes, cuando nos invadía el espíritu de exploradores incansables, como quien arma su propia mancha scout, mis primos ya se habían ido a radicar a Lima, pero retornaban a Huánuco cada verano, el grupo se expandía con mis sobrinos Hugo y Kike y a veces también se nos unían Beto y Mingo, unos antiguos vecinos de mis primos muy ligados a la familia. Lo nuestro era salir muy temprano en la mañana con la idea de regresar al mediodía o media tarde para el almuerzo.
Una ruta que recorrimos muchas veces es la que hacíamos a lo largo de las faldas y laderas del Cerro San Cristóbal, a lo largo de una acequia o canal de regadío que corría paralelo al camino que llevaba desde Llicua hasta La Esperanza, empezando exactamente detrás de una antigua garita de la policía enfrente del Puente Calicanto que previamente debíamos cruzar; ese era un camino muy particular que para nosotros significaba la experiencia de ser independientes, de salir a andar solo nosotros, recorríamos todo ese camino bucólico rodeado de altísimos eucaliptos cuyas hojas caídas hacían toda una alfombra que amortiguaba nuestros pasos, el agua limpia que corría a nuestro lado nos refrescaba cuando queríamos, si había hambre comíamos tunas o guayabas del camino, no necesitábamos mas, era otro lugar, era otro espacio, no era usual que una mancha de mocosos estuviera en ese plan, de vez en cuando nos cruzábamos con señores o señoras cargando pasto o alfalfa que se detenían para intercambiar saludos con nosotros o simplemente vernos pasar, debía ser toda una estampa ver a esos sudorosos pequeños caminantes muy cordiales y alegres, que afán el nuestro en verdad.
Era increíble, tan cerca del centro de la ciudad y estábamos en contacto total con la naturaleza, recorriendo ese camino de tierra que habíamos hecho nuestro de tanto andarlo, cada salida nos proponíamos llegar mas lejos, la idea era recorrer a pie ese camino hasta La Esperanza un poblado desde donde venía a mi casa en la tardes trayéndonos leche fresca la señora María una robusta mujer de coloridas polleras y blanquísimas mantas donde envolvía una gran garrafa de zinc o aluminio, llevaba el pelo trenzado envuelto en rueda y sujeto en su cabeza a manera de una corona, tenía una rosadez, unos ojos azules intensos como mucha gente de su localidad y una bondad tremenda.
No siempre lográbamos llegar a nuestro destino, pero cada vez hacíamos un recorrido mas largo y nos acercábamos más, después ya cansados pero muy satisfechos compartíamos todas nuestras pequeñas pero grandes hazañas en el almuerzo preparado por alguna de nuestras madres, o en casa de Mamá Vica nuestra abuela, todos juntos, como grandes invitados, cual cruzados que retornan de una batalla y son recibidos con honores.
Ya adulto, me apena comprobar empero que ese mismo camino que fue testigo de nuestros pasos infantiles y pre adolescentes no existe mas que en nuestra memoria, no existe mas el canal de agua limpia ni nuestro bosque de eucaliptos a lo largo del camino donde pensé que algún día transitaría también nuestra descendencia para tener nuestras mismas experiencias y comprobar que aun se puede conversar con la gente del camino sin recelos ni temores; ahora esta todo atestado de casitas mal concebidas e insalubres, donde se respira mucha miseria, desidia y polvo y solo se ven rostros adustos.
Sé que físicamente no podemos pretender que los lugares y caminos sean los mismos, aunque uno siempre quisiera que si hay cambios los cambios sean para bien y no todo lo contrario y no tengamos que ser solo testigos del deterioro sistemático del entorno y de sus habitantes. Por eso es que ese camino siempre será un referente en muchos aspectos.
Ya adulto, me apena comprobar empero que ese mismo camino que fue testigo de nuestros pasos infantiles y pre adolescentes no existe mas que en nuestra memoria, no existe mas el canal de agua limpia ni nuestro bosque de eucaliptos a lo largo del camino donde pensé que algún día transitaría también nuestra descendencia para tener nuestras mismas experiencias y comprobar que aun se puede conversar con la gente del camino sin recelos ni temores; ahora esta todo atestado de casitas mal concebidas e insalubres, donde se respira mucha miseria, desidia y polvo y solo se ven rostros adustos.
Sé que físicamente no podemos pretender que los lugares y caminos sean los mismos, aunque uno siempre quisiera que si hay cambios los cambios sean para bien y no todo lo contrario y no tengamos que ser solo testigos del deterioro sistemático del entorno y de sus habitantes. Por eso es que ese camino siempre será un referente en muchos aspectos.
Nuestros caminos suelen ser intensos y enriquecedores, vamos tras algún objetivo o destino, siempre queremos llegar mas lejos. Lo andado, lo que se deja atrás, lo que forma parte del recuerdo, se guarda a veces en algún rincón y se olvida, sin embargo tienen el valor y la importancia de haber ido formado nuestro carácter, de habernos dado experiencias de vida. Así hemos crecido y así seguiremos andando, buscando y recorriendo nuestros propios bosques y caminos de eucaliptos.
