“Hijito, quiero que me tengan mucha paciencia, estoy que me
olvido de todas las cosas”.
Escuché estas palabras hace unos pocos años y día a día voy
comprendiendo su real significado, ya eran un asomo, una advertencia explicita de situaciones
y momentos que iríamos a vivir y seguir viviendo junto a ella.
En esta vida damos muchas cosas por sentado, quienes somos,
lo que poseemos, o cuanto hayamos aprendido, talentos o destrezas, y también –quien
creyera- infinito y constantemente renovado conocimiento. Pero somos frágiles,
somos un misterio o una promesa no cumplida de trascendente perpetuidad.
Otrora entusiasta maestra de párvulos que eran su mundo y su
motivación, a quienes formaba y estimulaba con canciones y relatos, con dibujos
y manualidades que nutrían sus tiernas mentes, para que crecieran derechitos
como ella solía decir, para que desarrollaran su motora fina y su lenguaje, tiempos
de aprestamiento y desarrollo temprano del individuo, tiempos de educación inicial.
Pero la plenitud de nuestras mentes es tan solo eso, una
parte del proceso cognitivo, quizá el pico de ese desarrollo, y como todo ciclo
derivará en períodos de declive, en que ya no podremos disfrutar de un tentador
pye de limón o maracuyá, o de sus sabrosas humitas o tamales por que simplemente olvidó que
ingredientes llevan, que cantidades usar o simplemente no saber que hacer con
ellos, períodos de no saber que hacer con un mazo de cartas o casinos, o que
hacer frente a unas pupiletras… ahora son tiempos de mirar con aparente atención la pantalla
del televisor y que las noticias y la política le sean ajenos.
No hay más ese entusiasmo y vigor suyos al analizar sesudamente un mensaje político o un anuncio, no hay más esa vehemencia suya para ensalzar a quien admire o liquidar mordazmente a quien le resulte nefasto… ahora se le ilumina el rostro diciendo “que lindo ese tono de azul” -o ese rojo intenso-, cuando embelesada ve el pase a comerciales o el fondo de pantalla con el logo de algún canal, y es que encuentra belleza en las cosas más simples e inesperadas, se enternece de todo y se resiente o entristece de lo más mínimo.
No hay más ese entusiasmo y vigor suyos al analizar sesudamente un mensaje político o un anuncio, no hay más esa vehemencia suya para ensalzar a quien admire o liquidar mordazmente a quien le resulte nefasto… ahora se le ilumina el rostro diciendo “que lindo ese tono de azul” -o ese rojo intenso-, cuando embelesada ve el pase a comerciales o el fondo de pantalla con el logo de algún canal, y es que encuentra belleza en las cosas más simples e inesperadas, se enternece de todo y se resiente o entristece de lo más mínimo.
Los conocimientos, la lógica, la coherencia han dado paso a
comunicaciones más puras, más latentes y orgánicas, es más fácil conectar con ella a través de un abrazo, dándole o pidiéndole un beso. Un jabón como tal ha
perdido su razón de ser, se perfeccionó en vano pues su aroma y su empaque
bien podrían ser confundidos por ella y ser sinónimo de algún dulce o alguna golosina. El
orden y almacenamiento de ropa o distintas cosas se convierten ahora en su máxima, doblar,
envolver, enrollar, guardar infinitamente, organizar y ordenarlo todo, incansablemente.
Parece irse, parece perderse en sus recuerdos, sonríe sin más, o me dice que
ya no está su mamá ni su abuelita Verónica, que se está quedando sola, y le
digo y le repito que no está sola, que estamos sus hijos y sus nietos y
bisnietos. Sabes cuantos hijos tienes? Y ella contesta tajantemente: No. Y con
el corazón que se nos arruga le repetimos resignados cuantas veces sea
necesario nuestros nombres y ella pícaramente siempre replica: “pero claro ¿Cómo
crees que no voy a saber?”.
Cuando sientes que se va o se ausenta, cuando la ves con esa
mirada fija en el no sé qué, en el no sé dónde, uno parece entender que nuestro
ser amado divaga o no razona como quisiéramos, pero luego te das cuenta que la vida entera es un
milagro que no tiene explicación, que podríamos pasarnos una eternidad hablando
de la corteza cerebral, de las neuronas, de los procesos cognitivos o de los
procesos degenerativos, todo eso se va por la borda cuando inesperadamente la
escuchas tararear alguna de sus canciones favoritas, o silbar melodías irreconocibles,
cuando te cuenta historias recuperadas de algún recóndito lugar de su memoria,
cuando con suma elegancia cruza una pierna sobre la otra y sonríe lúcida y
encantadora para una foto que le pidas, o la ves más viva, entera y coherente
que nunca, si recostándote a su lado te dice: “Dame tu mano” y te acaricia y te
toma ambas manos como para hacer una ronda y tararea una melodía que te sabe a
cielo, a divino cielo, y así… cada día, cada bendito día, queriendo que hayan muchos días como ese y te
siga diciendo: “Dame tu mano ...”