
Que queda en esta vida sino soñar tan solo un poco; soñar, dejarse llevar por los pensamientos; yo que hice todo lo encomendado, que cuidé tanto el fuego e hice el sustento, que paseé al perro, que amé, sonreí, que entregué el alma y expuse confiado ese músculo magnífico que impulsa y lleva vida roja a todo mi cuerpo.
Confesé cada emoción, abracé cuanto pude, bailé e hice mía cada canción que llegó a mis oídos; hice toda la tarea, quizá hice demasiado, el mensaje muy claro, sin preguntas, sin más; dominé la fórmula que no existe, tomé todos los riesgos, y sin embargo, a la vez también tomé todas las precauciones, todas.
¿Donde estuve todo este tiempo que no me di la oportunidad de errar? de disfrutar una salida del camino, de un día sin ducharme ni la presión de un cruel reloj, de diferenciar un día del otro, de hacer de un día cualquiera un perfecto día normal.
El día de irse puede ser cualquier día de estos o de aquellos, será un momento no escogido ni planeado, será la conjunción de muchas cosas o la sucesión de algunos acontecimientos menores y mayores, un momento en que habré de estar en medio del trayecto de un sino artero e incompasivo, momento en que se reirá de mi el futuro y me hará reproches sin reservas el pasado soñador dibujante de planos, espectros y abstracciones.
El día de irse puede ser cualquier día, sin adioses de por medio, sin balances ni cierres, un instante, un momento apenas, una imperceptible instantánea fugaz y efímera, un punto de quiebre que no detendrá ni por un milésimo de segundo el curso del mundo ni el andar de nadie, de absolutamente nadie, y es que formar parte de todo es a veces formar parte de la nada, ajeno al conjunto, outsider sin contradicción.
El día de irse puede ser cualquier día, el día que menos me lo proponga, el día menos planificado, el día en que deshacer mis pasos signifique remontarse a ningún lado o el de haber llegado sin llegar, en que Itaca sea por fin un destino inesperado.
El día de irse tiene que ser cualquier día, tiene que ser cualquier momento de coraje o de extraña redención, de impulso, o de recuperación de la conciencia, el golpe de timón vital para eludir lo sinuoso y lo esquivo.
Así, he de convencerme que el día de irse no tiene que significar necesariamente tener que irse, sino simplemente un día de alcanzarme a mi mismo y de poder llegar.
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