viernes, 19 de agosto de 2011

Tobías Hemingway

Como han pasado los años. Llegaste a casa con una muy mala reputación, de nada te valía el pedigree ni lo mucho que costaste cuando cachorro, tu aversión a otros perros, el odio declarado que le tenías a las escobas aunque estuvieran quietas y el ataque a tu amita te habían convertido en un paria, y como última oportunidad de reivindicarte aparecías en casa traído por tía Choly con todas tus chivas y enseres. Aún así viniste panudo, con esa planta de chato bacancito y bravucón, entraste como quien pasea en sus propios dominios, como toro bravo que entra en el ruedo resoplando y gruñendo, haciendo que todos se pongan a buen recaudo, así, dejaste entrever el gesto que te caracterizaría por siempre, mandíbula hacia un lado, dejando ver los dientes y la punta de la lengua y el ceño como fruncido.

Yo bajé las escaleras y me senté en el primer escalón viéndote llegar, no sé qué o a quien buscabas reconocer o encontrar, todo era expectativa a tu alrededor, todos celebraban tu llegada y parecías ser consciente de ello, parecía que disfrutabas ser el centro de atención desde el arranque. Te detuviste en medio del comedor, oteaste tu panorama y miraste fijamente hacia mí cuando palmoteé dando dos golpes suaves en la madera del peldaño donde me había sentado, invitándote a venir, accediste, fue instintivo o era quizá la señal que esperabas, no lo pensaste dos veces, reanudaste tu trote, tu paso panudo y viniste a sentarte y recostarte a mi diestra, acerqué el dorso de mi mano a tu hocico, olfateaste y te dejaste acariciar increíblemente ante el asombro de todos.

Ese día me adoptaste como amo y de ahí en más tomaste tu chamba muy en serio, dejabas tu mullida cama molinera con la que te trajeron y preferías quedarte a dormir sobre el parquet en el umbral de mi cuarto, velando mi sueño, y ay del que quisiera entrar, solo dejabas pasar a mamá o papá con un leve gruñido de puro protocolo, y si tal vez tosía o estornudaba o daba cualquier signo que interrumpiera mi sueño, corrías y parado posando tus patas delanteras en el borde de mi cama casi preguntabas que era lo que tenía o que me pasaba, y solo te quedabas tranquilo y te ibas a dormir si te decía ¡No pasa nada Bicho!, y te pasaba la mano por la cabeza.
 
Recuerdo que renegué de tu nombre, por común, por convencional y por previsible en el nombre de un perro. Te llamé “Waype con patas” por tu color crudo moteado y lo rebelde de tu estambre, te llamé “Bicho” como un apodo cómplice de amigos y por tu docilidad conmigo, y te llamé Tobías Hemingway, rescatando y variando tu nombre original y apellidándote como el gran escritor de “Por quién doblan las campanas” y “El Viejo y el Mar”, por la estampa parecida, como la de un viejo marinero barbado, unas veces bonachón y otras irascible, con la mandíbula descuadrada hacia un lado, y es que solo te faltaba la pipa encendida y el merlín recién pescado como decía papá.


Faltoso y buscapleitos, había que verte cuando salías al parque ladrando y haciendo bronca hasta a los perros más grandes. Difícil contener tus fuerzas y tus bríos pequeño shih tzu con complejo de pitbull endemoniado, si se te acercaba otro can atacabas cual centellante áspid como suspendiéndote en el aire y mordías el vientre o la cintura de tu oponente, rápido, veloz y hacías el quite de inmediato dejando aullando de dolor al otro. Y pobre del que osara acercarse a tu inseparable compañera Mona -nuestra otra shih tzu-, la bronca era mayúscula y a todo ladrar.

Solo bajabas tu adrenalina y tus ímpetus cuando de tiempo en tiempo de vuelta de la veterinaria y ante la imposibilidad de desenredar las motas de tu pelo, como último recurso y luego de casi anestesiarte para que no mordieras a los empleados, volvías a casa con el pelaje cortito casi rapado, para tu vergüenza o pudor, o acaso -cual Sansón despojado de su cabellera-, te sentías un inseguro animalejo, a tal punto que entrabas en casa caminando pegado a las paredes con la cabeza baja, y cuando mamá te decía “Pobrecito mí Tobito”, faltaba solo que te sonrojaras.

Pienso en lo letal del tiempo y en la involución de la que somos materia, como tú, en que cesaron tus bríos, y que en los últimos tiempos, cada vez que volvía a casa por poco ya no me reconocías, si por la sordera, si por una especie de alzheimer que se apoderaron de ti. Ya solo contadas veces te volviste a dejar acariciar los lados de la mandíbula debajo de las orejas, como antes en que te quedabas como dopado y ronroneando cual gato, con las patas arriba en señal de sumisión canina, mientras te engreía haciéndote pucheros diciéndote ¡ese bichito renegón!.

Cuesta hacerme a la idea que cuando vuelva a casa de Los Tulipanes ya no escucharé en las noches tus aullidos de lobito impenitente, ni podré retarte por tu mal carácter y tus indomables motas; ya estabas mal, lo sé, ya querías buscar broncas en un cielo perruno, así las cosas, no queda más que decirte adiós pequeño compañero, escudero de polendas.
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lunes, 27 de junio de 2011

DE EL PRAT A BERTAMIRANS

He andado, y he andado mucho si debo precisar, lo sé al ver estos pies cansados que juegan con el agua calma apenas ondulante de la playa de Esteiro, aquí donde el Rio Maior se une con el mar; lo sé, al ver la palidez de mi piel y mis pecas claras a través del agua transparente que me acaricia, que cubre mis tobillos, se retira y vuelve y así me da calma.
He andado mucho, me lo dice este terco corazón que no se anda con miramientos ni medidas, porque sólo conoce la medida de darse entero y sin condiciones, aunque eso signifique muchas veces estampar mi rostro contra alguna pared o puerta que se cierre; y es que darlo todo no necesariamente implica tenerlo todo; es que mucho también es poco, -lo que también me lo dice el corazón-, porque aún ahora, aún con lo andado, aún así sigue dándole a la ilusión y a la lágrima, y al amor y al desamor, con lo que ello implique, y con el resultado que arroje la apuesta de jugárselo todo.
He andado mucho, lo saben mis ojos que lo han visto todo o casi todo y aun así quisieran ver más, más vida, más amaneceres, más atardeceres, más sonrisas francas y espontáneas, ver mucho más, más allá, allende los mares más allá de Finisterre y su horizonte de mar como una prolongación de mis propias pupilas.
Es mucho lo recorrido, son muchas las canciones que hice mías al ponerle mi voz y mi emoción, y han sido y son mi música y mi bandera.
Desde las tierras del delta del Llobregat, mis pasos se han sucedido junto a los de otros que me han dado en igual medida alegrías y tristezas, alientos de vida ó lecciones que asimilar, sin proponérmelo siquiera plasmé en mis experiencias el más completo manual del como andar las sendas de la existencia, aprendiendo insaciablemente de cada caudal de conocimiento que me fuera propicio.
He andado mucho, he andado tras los pasos de un hijo al que no quise lejano, pensando acompañar sus sueños, para no dejar de ser parte de su día a día o sus entre días o sus fines de semana, queriendo que fuéramos cómplices de andares y periplos distantes e impensados, prolongando la idea de ser tahitianos en un cuadro de Gauguin.
Mis pies siguen jugando en el agua transparente, en su poca profundidad donde busco berberechos y también busco quietud, vuelvo a ver el horizonte y me pregunto cuanto más y por donde he de andar, cuanto más han de ver estos ojos de mar y si he de instalarme un día otra vez de cara al Mediterráneo. Cual apóstol siento que he hecho mi propio Camino de Santiago, adoquinando mi propia ruta, piedra a piedra, uniendo El Prat a Bertamirans.

viernes, 25 de febrero de 2011

50,000 Sebastianes

A mediados de los ’90 cuando con mi entonces enamorada ensayábamos y planeábamos como sería una vida juntos, esbozábamos también los posibles nombres de nuestros críos por venir.

Recuerdo que para un eventual primogénito era recurrente pensar en el nombre de aquel santo que llegó a ser capitán de la primera corte de la guardia pretoriana, aquel que siendo cristiano desafió a un emperador romano quien lo conminó a escoger entre la milicia o seguir a Cristo, y siendo que escogió lo segundo, el emperador encolerizado lo condenó a morir asaetado, es decir, bajo una lluvia de flechas estando atado a un poste de madera.

Sebastián, el santo mártir al que se representa con flechas incrustadas en su cuerpo, Sebastián, el nombre de origen griego que según dicen proviene de la palabra Sebastéuo, y de Sebázo que significa reverenciar ú honrar, el equivalente al vocablo latin Augusto en tiempo de los romanos. Nada mal –pensé alguna vez-, un nombre con historia y hasta con significado de admiración per se.

Hasta esos años de los que hablo tenía como únicos referentes contemporáneos o cercanos conocidos con aquel nombre, el que se tratara del segundo –nombre pocas veces utilizado- de unos de mis mejores amigos con quien estudiamos en el colegio, el comienzo de la universidad y compartimos el mismo oficio de las comunicaciones y la producción audio-publicitaria; el otro referente es que también es el segundo nombre del suegro de mi hermano, que en su caso, siendo una persona mayor respondía a la antigua costumbre de ver primero el calendario santoral antes de poner nombre a los niños, o ¿de donde creen que viene eso de referirse al día del cumpleaños como el “día de tu santo”?, o en forma simplificada “tu santo” que por estos lares es igual a decir: “tu cumpleaños”.

Hasta ahí el nombre resultaba caleta, poco usual, singular y original, así que por ahí la posibilidad de echar mano del nombrecito de marras era muy alta y casi excluyente, salvo la combinación que siempre he sostenido: el otro nombre que armonice debe ser elección de la madre. Dicho esto, mi futuro primer hijo varón ya tenía nombre y apellido.

Pero, algo pasó en los siguientes años, se alinearon o realinearon los planetas, cayó un cometa en este hemisferio o que se yo, solo se me ocurre un evento, y es que en una vieja película de los ochentas “The Never Ending Story” (“La Historia Sin Fin”) Bastian ó Sebastián en castellano, era el nombre del niño personaje principal que debía salvar el mundo fantasía con solo creer en sus sueños, leyendo un libro a oscuras en el desván de su casa y volando en un gran perro–dragón al final del film, ¿será esa la razón de la masificación y que por eso quedó el nombre en el inconsciente colectivo?. Así, quienes crecieron hasta la edad de procrear ¿sublimaron el nombre o algo por el estilo?; y es que el asunto de poner ese nombre se empezó a dar de modo recurrente y compulsivo por cuanto lugar estuve o he pasado, nunca imaginé la sostenida y hasta hoy inacabable tendencia de tantas personas que optaron y optan por poner el mismo nombre a sus vástagos, algo que se repite, y se repite, y se repite… aquí o allá, indistintamente; he tenido que ser testigo de esta multiplicada asignación / denominación = sebastianización, así, en los hogares de amigos, familiares, compañeros de trabajo y mas, los Sebastianes han brotado profusa y literalmente a mi alrededor y hasta donde alcance la vista, como alguna vez pensé que sucedía lo mismo (bueno, lo mismo si, pero en menor escala y proporción) con otros nombres como los de Rodrigos, Diegos y Camilas (a propósito, Camila encabeza este ranking en el caso de las niñas).

¿Cómo es posible tanta coincidencia, tanto consenso? ¿tanta sincronizada inspiración colectiva? ¿sintonizados todos en la misma exacta frecuencia?

Es obvio que no hubo ningún acuerdo previo, ni lobby, ni la recurrente y simultánea iluminación sebastiánica de muchos padres responde a alguna influencia masiva del tipo: deportista o artista famoso que sin proponérselo impone aquella influencia –y nombre- a toda una generación, así que por ahí no va la cosa.

Estoy seguro que para cada padre o madre su respectivo Sebastián es único, irremplazable é irrepetible en todo el mundo, aunque seguramente cuando estén en el nido, el colegio, la calle, el cine, la playa o cualquier lugar público y concurrido y alguien los llame por su nombre de pila, volteen y respondan al llamado varios muchos tocayos suyos, formando todo un Sebastian’s Team del lugar y ocasión.

Al tiempo me he ido acostumbrando a que de cuando en cuando, con relativa frecuencia, alguien con nuevo hijo llegado o por llegar me diga que lo llamarán Sebastián, -mi nuevo sobrino, el engreído de mi ahijada querida ya fue etiquetado así y no hubo nada que lo evitara-; así los vemos crecer, a otros les he perdido el rastro. Cada uno va siendo personalizado en su respectivo entorno con cariñosos Sebas o Chebas, y aunque parezcan una estadística, hay que ir asociando su nombre a sus respectivos apellidos, para diferenciarlos, para singularizarlos pues!, así están, viniendo y andando por ahí, creciendo, desarrollando su singularidad.

¡Poblad el mundo Sebastianes!, y es que seguirán surgiendo aquí y allá, como la última vez en que la voz engolada, pausada, carente de toda emoción y flemática de un tipo con lentes y laptop en las rodillas sin apenas moverse de su asiento en la sala de espera del aeropuerto me lo ha confirmado: Sebastián, no corras por favor que te puedes caer”. Caray, si que están por todos lados, veamos pues al pequeñín… ahí va, dos años promedio, con carrito rojo de plástico en las manos: Sebastián Nº 50,001 se incorpora oficialmente a la lista.

YA TE EXTRAÑO

Pareciera que no hay nadie, ni una sola persona en mi entorno que pudiera terminar de entender la dimensión de este particular univ...