La última imagen que tengo grabada en mis retinas de la persona hermosa de quien hablo es una que tuvo como marco una tarde soleada de principios de noviembre, fue en los días de convalecencia de papá, y una de esas tardes en que me quedaba conversando de todo con él. La imagen que me ronda tuvo la interacción inocente de personajes situados -en la línea de la vida- en el extremo opuesto de la niñez, una nonagenaria lúcida, sabia y cariñosa acompañada de mis primos-hermanos, mi madre y mi hermana, allá abajo, al inicio del corredor de techo tubular transparente del ex Hospital del Empleado, allí, a lo lejos y tan cerca a la vez, sus figuras diminutas agitando los brazos para que siete pisos arriba el octogenario hacedor de mis días pudiera verlos y agitara el brazo derecho libre de sondas y catéteres como respuesta a su saludo.
Ahora que lo pienso –y aunque en ese instante no reparara detenidamente en el detalle- me pareció verla cansada, satisfecha sí de haber podido ir a ver a su hermano hospitalizado; mientras quienes la acompañaban ya habían ubicado la ventana de la habitación en la que minutos antes estuvieron, ella parecía hacer esfuerzos infructuosos por identificar el objetivo visual de su saludo con manito temblorosa en alto, igual lo hizo, igual sonrió, igual regaló a su hermano ese gesto de mujer hermosa pequeñita de pelito corto cano. Unas horas antes al llegar y darle yo el encuentro en la entrada de cuidados intermedios -donde debíamos alternarnos los horarios de visitas restringidas-, me tocó escucharla decir el sobrenombre que me gané con ella de tanto que no iba a visitarla “tu no eres Tin, tu eres ingraTIN”, pero igual, siempre tenía para mi un gran beso y abrazo tierno de esos que solo pueden darte ella, Luchin, Milka o Genoveva por que te recuerdan o parece que también te abrazara Mamá Vica, algo de eso hay en cada uno de ellos.
Hoy me entero que el corazón de Rebequita, mi querida Tía Quita, me entero que su corazón cansado, ese dínamo feroz que ante las emociones, alegrías o tristezas galopa, se emociona, se descontrola y desboca; me entero que hoy hizo un esfuerzo final hasta detenerse.
Hoy me entero que el corazón de Rebequita, mi querida Tía Quita, me entero que su corazón cansado, ese dínamo feroz que ante las emociones, alegrías o tristezas galopa, se emociona, se descontrola y desboca; me entero que hoy hizo un esfuerzo final hasta detenerse.
Reflexionaba hace poco en estos últimos días sobre lo que son los ciclos que cumplimos en nuestras vidas, sin embargo, cuanto cuesta asimilar una partida, cuanto cuesta decir adiós sin que te tiemblen tanto las piernas. A partir de hoy, quererte será hacerlo en otros planos de nuestra existencia, te veré agitando los brazos y sonriendo para nosotros, aunque también caeré en la cuenta que ese día en esa imagen ya me estabas diciendo adiós.
Que descanses Rebequita, que descanses tía preciosa.
Que descanses Rebequita, que descanses tía preciosa.