viernes, 5 de septiembre de 2008

ACUA MÓVIL

¿Han escuchado esa frase “Es mi hermano, no pesa”?
Me recuerda un poco ese pasaje que te cuentan del tiempo de los romanos y en mi mente visualizo esa clásica imágen de San Cristóbal cruzando un río caudaloso cerca de Samos cargando al niño Jesús sobre sus hombros.
Todo esto viene a propósito que tengo un recuerdo recurrente asociado a momentos que disfruté mucho en la infancia y que hoy asoman como pequeño tráiler de película casera de 8mm.
Cuando pequeño habían en casa pocas cosas que pudieran tener la denominación de “juguetes”, tiempos de austeridad crónica en que a falta de hermanos menores tuve dos sobrinos-hermanos que me seguían por 2 y 3 años respectivamente. Para entretenernos a veces había que inventar e improvisar un poco y he de decir que –a veces también- la imaginación era grande y que teníamos aliados.
Siempre me ha gustado la lluvia, ver caer la lluvia, mojarse bajo la lluvia, jugar a protegerse de la lluvia, en fin, sin contar también la fascinación por los rayos, relámpagos y truenos y la costumbre de ponerse a contar los kilómetros donde se hubieran producido con solo enumerar los segundos entre el resplandor y el estruendo que le sigue.
Recuerdo haber tenido un vehículo anfibio sorprendente y fabuloso con su parabrisas panorámico dominando todo mi horizonte, un acuático monoplaza increíble donde permanecía seco durante toda mi travesía, desplazándome a toda velocidad dando infinitas vueltas, recorriendo todo el ancho y largo del patio de mí casa en pleno diluvio.
Demasiada felicidad, que libertad, cuanta vida… Quien diría que mi máquina poderosa y alucinante estaba construida sobre el “chasis” de un viejo triciclo heredado de mis hermanos más de una década mayores, al cual con imaginación y destreza se le habían acoplado unas estructuras de alambre y forrado prolijamente todo con grandes bolsas plásticas, oscuras arriba, atrás y a los lados y transparentes al frente.
¡Que fantástico triciclo convertible a prueba de lluvia!
De reojo en cada vuelta yo miraba al aliado hacedor de esos momentos, parco y a veces renegón -alicate en mano y medio empapado-, con la misma cara de satisfacción, del deber cumplido, la misma mirada que le vería en otros tiempos como cuando mas adelante me enseñó a manejar moto o cuando me gradué.
“No pesa, es mi hermano menor” parecía decir, eso parecía decir. ¿Te acuerdas Carloncho?

2 comentarios:

hARTaMENTE dijo...

La creatividad se estimula cuando lo lúdico no viene prediseñado. También guardo recuerdos de la selva y de lo bien que me lo pasaba con la arcilla y las plantas, era genial ser capaz de construir mi propio mundo. Ahora soy quien construye un mundo que se pueda leer de otras formas, gracias Tío por estos relatos...un fortísimo abrazo!

MANFREDO ESCRIBE dijo...

Si hay algo a lo tengo miedo en esta vida es a padecer del mal del Alzheimer, no quisiera tener la desdicha de borrar de mi mente los recuerdos y experiencias que me hicieron crecer y querer a quienes me rodean. Recrear estos episodios u otras veces crearlas y hacerlas verosimiles resultan un ejercicio literario fantástico que se recompensa aun mas cuando se mueven fibras de gente como este sobrino alucinante. Gracias loco, espero llegues pronto al Perú y poder ir a ver tu nueva exposición.

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