miércoles, 11 de agosto de 2010

Un cachorrito en el vuelo LP357

Acabo de aterrizar en Lima y varias reflexiones surgen de lo que debería ser una experiencia rutinaria de estar alrededor de una hora dentro del fuselaje de un Airbus 319, presurizado y fresco, desplazándome de un punto geográfico a otro remontando los Andes, escuchar monótonas instrucciones de seguridad, decolar. Ante la pregunta de que quiero para beber y ante la ausencia de café responder como un autómata “jugo de naranja y un vaso de agua por favor”.
Siempre lo mismo, salvo variantes o cancelaciones de vuelo o algún retorno al punto de partida por la imposibilidad de aterrizar cuando hay mucha neblina, lo de siempre, las mas de las veces sin mayores contratiempos, aterrizar sin novedad y luego rescatar el equipaje de la faja trasportadora.
Todo debía ser rutinario, todo calcado como en plantilla, hasta esta vez en que alrededor de mi asiento 22A, lado izquierdo, ventanilla, casi nada mas instalarme, cargado el combustible y apenas las puertas fueron cerradas y la tripulación contaba los pasajeros y cumplía todas sus protocolos, me percaté que alrededor mío parecían haberse concentrado todos los niños y bebes de a bordo en diferentes grupos acompañados de sus respectivos familiares, algunos mas bulliciosos que otros, algunos disfrutando la experiencia y otros simplemente metiendo bulla, nada fuera de lo común, solo repetir para mi mismo el cojudo sarcasmo “¿Herodes, donde estás?” y a tomarse las cosas con calma nada más; pero quien se sentaba exactamente tras mío en la fila 23 me crispó los nervios desde el arranque, me sacó de quicio, definitivamente llamó mi atención y quebró mi paciencia, y como no hacerlo si gimoteaba como el más triste de los cachorros recién destetados, con su lamento a centímetros de mis oídos. En el reflejo de la ventanilla alcancé a verlo contorsionándose desesperado en su butaca vestido con un bluejean y un polo verde, no llegué a verle el rostro, a su lado una joven de menos de veinte años, y al lado del pasillo un tipo canoso y alto que debía ser el padre.
El cachorro arrancó su letanía reclamando por que se habían cerrado las puertas, que él quería ir a casa con su mamá, que él le tenía miedo a los aviones, todo sazonado con un llanto lastimero e intermitente, eterno, insufrible. Debo decir que el lloriqueo mismo no era lo más mortificante, lo era la inercia y absoluta falta de reacción o instinto del padre, ni un cálmate cachorro, no va a pasar nada, disfruta del vuelo o ya verás que vas a reencontrarte con tus primos, ver a tus abuelos o que se yo, mil cosas que podría haberle dicho para calmar su ansiedad y su fobia, solo alcancé a oirle decir: -“Mira Luis –si, ese era el nombre del cachorro-, cuando lleguemos a Lima te compro un pasaje de retorno para que vuelvas de inmediato”. Moví la cabeza incrédulo ante lo que escuchaba, ¿con ese argumento pretendía calmarlo?, o en otro momento cuando nos elevábamos le dijo: “Mira la ventana –no dijo: mira por la ventana, dijo: ¡mira la ventana!-, agregando a continuación “Mira el paisaje”.
Detengámonos aquí, ¿paisaje?, el vuelo había salido a las 10:20 p.m. con noche oscura sin luna, al elevarnos se alcanza a ver un poco de la ciudad iluminada que vamos dejando atrás y en menos de un minuto cuando abajo se va extendiendo la espesa selva, ya estamos atravesando una gruesa capa de nubes, entonces… ¡¿Qué paisaje por Dios?!, cachorro alcanzaría a ver solo la nubosidad que venía hacia él como espectros iluminados con la luz intermitente del ala del avión, como un caos visual, todo eso solo incrementó su angustia, otra vez, en el reflejo de la ventanilla alcancé a verle hecho un manojo de nervios, acurrucándose, haciéndose un ovillo en su asiento repitiendo Ay, ayayyyy, ayayaayyyyy y asi sucesivamente.
Delante suyo ya habían pasado varios miembros de la tripulación intentando calmarlo infructuosamente, le ofrecieron el oro y el moro, el solo quería bajarse del avión. Entretanto, a esas alturas los otros chicos como aquel que iba adelante en la fila 21 había logrado que sus padres cambiaran asientos y de lo más tranquilo continuó su viaje con su progenitor al costado y hasta un purser muy pilas le trajo un vaso enorme con el logo de la aerolínea repleto de caramelos.
Repartieron los snaks y bebidas, el vuelo transcurría con apenas un poco de turbulencia y cachorro seguía en lo suyo, solo cambió o alternó sus ayayes con la exposición seria de sus argumentos ante los oídos mas sordos del planeta, “Tu sabes que yo le tengo miedo a los aviones” “Quiero ir a la casa de mi mamá” –con lo cual deduje que los padres de cachorro eran separados o padres independientes o algo similar-, “Dijiste que solo íbamos a dar una vuelta” “Papá, que malo que eres”, ¡ufa!, caramba -pensé-, ¿no podía haber ensayado este hombre algún argumento más eficaz para convencer a cachorro de hacer este viaje?, he aquí el repetido error de muchos mayores de subestimar o menospreciar la inteligencia o entendimiento de los niños, me fue inevitable ponerme en sus zapatos, el sentido común me hubiera hecho plantearle el viaje a cachorro con el argumento más convincente, ¡la verdad!, tan simple, tan directo, tan correcto, Hijo, vine a recogerte, nos vamos de viaje unos días en fiestas patrias (No papá, le tengo miedo al avión), No te preocupes hijo, yo estaré a tu lado, no hay que tener miedo (Pero papá, yo quiero quedarme acá con mi mamá) Vamos cachorro, te prometo que nos vamos a divertir, iremos al circo, veremos la parada militar, iremos a la Feria del Libro, veremos una peli en 3D, estrenaremos el Metropolitano… (Pero papá, tengo miedo de viajar en avión) No te preocupes, te cuento algo, cuando yo era chiquito como tú también me daba miedo volar, pero cuando viajaba con mi papá ya no tenía miedo y nos divertíamos mucho… ¿que dices, vamos? (Ya pá’ ¡vamos!)
Pucha, pero cachorro no era mi hijo, ni yo su canoso, impasible y torpe padre, yo continué escuchando los lamentos del niño y mas ayayayays… hasta que por fin la iluminada y fría Lima se desplegó a nuestros pies, aterrizamos, y llegando al fin del viaje me dije con curiosidad que ahora iba a conocer el rostro de aquel pequeño que había estado llorando tanto. Solo cuando nos detuvimos y empezó el típico despliegue de abrir compartimientos, buscar el equipaje de mano y prepararse para salir, solo en ese momento cachorro dejó de llorar, lo busqué y encontré con la mirada cuando por fin se calmaba con el gesto por el que tanto había reclamado, su padre con cara de nada cargándolo en una especie de abrazo y el pobrecito rodeándole el cuello con sus brazos y apoyando su carita en el hombro paterno buscando refugio. Debía tener unos cuatro o cinco años, larguirucho y de finas facciones, con el cabello castaño oscuro muy cortito y cejas pobladas. Eres un niño muy lindo cachorro –pensé- y estabas pidiendo tan poco, y te la tuviste que arreglar por tu cuenta, mírate pues.
Al cabo de un rato olvidándome por un momento la escena de antes de salir del avión, ya en la sala de equipaje recogí mi maletín azul y cuando me disponía a dejar el área de llegadas del aeropuerto, volví a ver a cachorro, ya más tranquilo, aunque moqueando, compungido y triste todavía, pero subido en lo alto de las maletas en un carrito portaequipaje llevado por su padre; así que me despedí mentalmente: Espero que pronto le pierdas el miedo a los aviones, veras que disfrutarás tomarlos para ir de un lugar a otro, a lugares cercanos y lejanos, a encontrarte con gente querida, para conocer nuevos lugares o hacer realidad algunos sueños, solo eso, que tengas un viaje de vida sin mayores turbulencias pequeño cachorro…

3 comentarios:

ross dijo...

Realmente daban ganas de meterse, ante padre tan tonto, muy lindo relato Tin, como siempre haces vivir el relato..un Pulitzer

aikko dijo...

Despúes casi de sentirme dentro de ese avión, sé positivamente que si ese niño hubiera sido tuyo, hubiera volado todo el tiempo durmiendo en tu regazo arropado con todo tu cariño y bajo la tranquilidad de sentirse protegido como debe estar un bebito a esa edad...gracias por hacerme sentir el relato como si lo hubiera vivido en directo. No dejes JAMÁS de escribir Tin. Un abrazo

aikko dijo...

Despúes casi de sentirme dentro de ese avión, sé positivamente que si ese niño hubiera sido tuyo, hubiera volado todo el tiempo durmiendo en tu regazo arropado con todo tu cariño y bajo la tranquilidad de sentirse protegido como debe estar un bebito a esa edad...gracias por hacerme sentir el relato como si lo hubiera vivido en directo. No dejes JAMÁS de escribir Tin. Un abrazo

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